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Conexiones entre alma y tecnología

Prefiere no hablar mucho. Los recuerdos que guarda son de la muerte de algunos de sus amigos, la separación con su familia y el día que tuvo que marcharse de la tierra que lo vio crecer. Su madre temía que él tuviera el mismo fin de muchos jóvenes de Chocó: morir en manos de delincuentes que “mataban por ver caer”.

Ese presentimiento maternal, que surgió seguramente por el sexto sentido que dicen tener las mujeres, hizo embarcar por más de doce horas en bus a John William Lozano desde Quibdó hasta Medellín. Aunque la muerte podría no dar espera, el dinero era insuficiente para llegar a la posible solución.

Tiene 16 años pero parece con la experiencia de un anciano. No duda mucho para decir que está aburrido en Medellín, la ciudad que lo acogió y que su madre, María Trinidad Mosquera, le escogió como destino.
No se siente feliz porque desde el día que se despidió de su mamá en la terminal de transporte, no ha podido hablar con ella. La falta de dinero les ha impedido comunicarse y, como si fuera poco, la casa en la que John vive actualmente no tiene teléfono.

El dinero para pagar el hospedaje donde está con una prima de 30 años, son asumidos por su madre, quien trabaja para sostener a este joven y a sus otros dos hijos.
Sus amigos son tan escasos como la posibilidad de regresar a Chocó a montar en lancha o pescar con los “parceros” que la violencia no le arrebató. Sabe que “esa mujer de capa negra”, como la describe, no tiene entrañas, pero le da rabia saber que huyéndole se podría quedar sin familia.

Nunca ha tenido un celular, ni mucho menos un computador. Los sabe utilizar porque en los cursos de informática de la escuela aprendió y paradójicamente fue el mejor de la clase.
Cuando llegó a Medellín empezó a estudiar en el colegio Villa del Socorro y aunque todo parecía pintar mal, por su poca relación con sus compañeros; el día que la profesora les informó que la Gobernación de Antioquia les donaría unas tabletas para estudiar, sintió la voz de su mamá más cerca.

A diferencia de otros niños, no la quiere para jugar, escuchar música o leer, sino para ver a su familia, para saber cómo están y aunque la ausencia es más desalentadora que las doce horas en bus que los separan, ver a su mamá regañando a su hermano menor bailando pop y al otro estudiando, es su mayor sueño.

En la tableta también quiere aprender sobre medicina, porque espera que el día que regrese a su pueblo, puede curar a las personas que la violencia ha afectado. Espera que sus hermanos no tengan que huir de su tierra cuando cumplan la edad que al vandalismo se le hace más apetecida. Vino a la Gobernación de Antioquia para agradecer esta oportunidad, donde la tecnología se convierte en una cura para el alma.
Desde el día que llegó a Medellín no ha vuelto a sonreír, se destaca porque siempre está alejado de sus compañeros de salón y escribiendo. Sin embargo, hoy se cambiaron los papeles, era el más alegre de todos y al verlo tan entusiasmado creí que era un buen personaje para esta historia.

Dice que cuando prenda la tableta, las “palpitaciones de su corazón” se volverán a  encender. La tecnología será protagonista de sus próximas alegrías y la Gobernación, como él lo afirma, siempre será un héroe sin capa que aunque no lo llevó carnalmente a Chocó, sí le devolvió a su vieja.

Escrito por: Érica Yasmín Zapata
Revisó: Jorge Alberto Velásquez

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